Saber que todo tiene un porqué me salvó la vida, me
sanó de a poco las heridas. Saber que tú y yo nunca estuvimos destinados me
devolvió el sueño, la tranquilidad y hasta el hambre. No sabes las ganas que
tengo de comerme el mundo, aun teniendo la certeza de que habitas en él.
Me quitaste todo. Me quitaste la paz, las ganas de reír, de
escribir, de sentir. Me quitaste la fe ciega en la gente y ya no hay manera de
volver a eso.
Ojalá pudieras verme ahora. No soy ni el reflejo de aquella
persona que dejaste en pedazos, que rompiste tan a la ligera y sin que te
importara nada.
¿Alguna vez has sentido miedo de encontrarme en la calle?
Porque yo sí. Porque cada vez que encuentro un rasgo tuyo en alguien, quiero
salir corriendo. Ya no sé qué siento por ti, pero pido con todas mis fuerzas
que cuando te vuelva a mirar ya no me brillen los ojos. Que cuando te tenga
cerca de nuevo, el mundo siga girando como de costumbre.
Sí, claro que tenía que conocerte. Para hacerme (más)
fuerte, para dejar de pensar que todas las personas actúan por amor y con
bondad. Para descubrir partes de mí que no conocía, lugares profundamente
oscuros pero necesarios para no volver ahí. Tenía que conocerte pero cómo me
hubiera gustado saltarme ese paso para estar bien.
Eres todos los insomnios y llantos de madrugada. Eres esa
lección que no quiero repetir, ese camino que no pienso volver a recorrer.
El año pasado me redescubrí, me salvé de a poquito, reviví
tantas veces y morí otras más. Ya no soy la misma que conociste y quisiste
destruir. No lo lograste, sigo viva.
Soy la misma que cree que los girasoles
existen para dejarte sentir el sol de cerca, soy la misma que abraza mucho, que
ríe fuerte, que llora por una película triste o se emociona por un perrito en
la calle.
No pudiste con mi esencia, no pudiste cambiarme aunque lo
intentaste una y otra vez. Lo único que lograste fue que esté más alerta, que
me cuide más la espalda y no dé el corazón a la primera.
Todas las historias tienen un final, un porqué y una
victoria. Al final, todos perdemos pero también ganamos algo. Porque cuando se
entrega todo no se puede salir ileso.
Mi victoria fue sobrevivir a ti, a tus mentiras, a tu
oscuridad, a tu inmadurez, a tu inseguridad. No sé qué ganaste tú, pero ya no
me importa.
Mi victoria fue reconocer que no es cobarde marcharte ni
dejar ir, que las despedidas también te pueden curar.
@MassielVargasP
Espectacular Massiel. Espero estés muy bien. Un gran abrazo!
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